domingo, 14 de marzo de 2010

MEJOR QUE UNA CAJA DE DOCE















La primera vez que escuché de él estaba en posesión de Daniel de telecos. La verdad es que cuando me contaron sobre aquello no me creí nada, sonaba a leyenda urbana. Pero los hechos me convencieron. Daniel de telecos era un ejemplar desafortunado de la raza humana.
Coincidí con él en aquella fiesta privada , en la que estoy seguro que se coló, y ahí estaba con sus pintas de frikie, el cliché viviente del empollón bajo , gordo, insulso, la raza que daba de comer a los tejedores de camisas a cuadros rojos y blancos y a los fabricantes de calculadoras solares que caben en sus bolsillos.
—Fíjate bien en su culo— Me dijo un amigo.
—¿Cómo?
—Lo lleva ahí, se marca a través del pantalón.
El condón mostraba su relieve bajo la tela azul desgastada del pantalón vaquero. Me fijé en que mientras hablaba su mano volvía de vez en cuando hasta el bolsillo de atrás para comprobar que continuara allí. ¿Tan importante era un simple preservativo? Debía serlo porque aquel ejemplar, una apuesta segura por la virginidad tardía, estaba hablando con una morena de ojos azules despampanante, y cuando digo hablar no me refiero a la típica conversación :
—Ah hola me llamo Daniel y soy el tío raro con el que nunca quisiste hablar.
—Ah pues yo soy Olvídame y te echaré mi spray de pimienta si vuelves a dirigirme la palabra.
—Ah bonito nombre, ¿eso significa que puedo besarte?

No, para nada, Daniel estaba llevando las de ganar, tenía a la morena encandilada, ella le escuchaba con los ojos muy abiertos y una expresión de intensa atención mezclada con unos deseos horribles de dejar de hablar para hacer otras cosas, no se si me explico... La morenita mostraba todos los síntomas claros del tonteo : se acariciaba el pelo, se acercaba a él al hablar y mantenía una sonrisa pétrea en la cara. Daniel estaba ligando, pero no sólo eso ,estaba triunfándose a la mejor de la noche y sin despeinarse. El escarceo duró unos pocos minutos más hasta que ella le susurró algo al oído, le miró con ojos de gata y se lo llevó de la mano como a un perrito domesticado hacia una de las habitaciones que quedaban libres. Quizá era la del hermano pequeño del anfitrión. Quizá se lo montaron allí entre muñecos gusiluz y he-mans que se clavan en el culo. Quizá el niño creció pensando que su cama era pura y casta desconocedor de que un tal Daniel la había mancillado, dejándole un regalito entre las sábanas: su virginidad.

En la siguiente ocasión, cuando ya casi lo había olvidado, me encontré al condón en manos de Miguelín, un tiparraco de metro noventa que desde los catorce años levantaba cien kilos en el press de banca. Probablemente en la misma época empezó a tomar anabolizantes, no es algo que sepa a ciencia cierta , es como intentar averiguar que fue antes el huevo o la gallina. Coincidimos en el hotelito “La Victoria”. Todos por aquel entonces nos íbamos allí a consumar nuestros éxitos de sábado por la noche. Yo andaba con una pequeña adquisición, una niña mona, castaña y de metro setenta, una de aquellas chicas a la que recurres (y debo decir que era recíproco) cuando ves que avanza la noche y no te vas a comer una rosca. En su contra sólo puedo decir que tenía algo de bello facial, por lo que mis amigos la apodaron cariñosamente “la Ewook”.
Miguelín estaba allí en el mostrador y además bien acompañado. Ello me resultó extraño, muy extraño y no porque él fuera gordo o poco agraciado, ya he dicho que era un mostrenco de metro noventa enganchado al gimnasio. Tampoco es que fuera feo, más bien recordaba a un marine de los EEUU rapado a lo “cepillo” y cara de mala hostia, sé de buena tinta que muchas chicas se vuelven locas por tipos como él. La cuestión es que me resultaba raro porque hablamos de Miguelín y hace honor a su diminutivo. Era de dominico público que tenía en la entrepierna un ejemplar de lo que científicamente se conoce como micropene. Una polla diminuta para que nos entendamos y por los comentarios que corrían por el pueblo, no era un apéndice pequeño al estilo “bueno las he visto más grandes” sino más bien del estilo “¿esto es una polla?”. Aunque el problema de un micropene (y siempre hablo desde la hipótesis) , no es tanto tenerlo cuanto que el resto del mundo sepa que lo tienes.

Y si a los dieciocho te apuntas a un gimnasio público y te conviertes en un “armario ropero” ,bueno, muchas tías tienden a quedar atrapadas en tu órbita, y claro luego escapan de tu órbita y van a parar a otras órbitas y hablan con otros planetas en fiestas de pijamas. En definitiva, que antes de que te quieras dar cuenta todo el universo sabe que tienes una salchichita y automáticamente te degradan, pasas de Miguel a Miguelón a Miguelín en poco más de un año.
—Miguel,cariño,reserva la suite del corazón— Le dijo la diosa que le acompañaba.
La suite del corazón era la habitación que le correspondía a una chica como aquella. Si has secuestrado una hembra así del monte olimpo no puedes menos que rodearla de espejos abatibles y estirarla sobre una cama de metro noventa con forma de corazón y sábanas tacto papel de lija.
—Pero cariño, ¿No ibamos a ir nosotros a la del corazón?— Me preguntó mi acompañante.
Tengo una idea mejor ¿Que tal si te busco la habitación en la copa del árbol y te quedas allí? Sé que era un pensamiento cruel porque a fin de cuentas yo podía ser considerado un Ewook macho, pero los hombres inmaduros somos así, tiramos a un lado nuestro juguete favorito si vemos que otro niño tiene uno mejor.
Y entonces volvió a ocurrir. Mientras luchaba contra la envidia volví a verlo. Miguelín abrió la cartera para sacar la tarjeta de crédito y se escondía allí , refulgiente como un objeto sagrado. Tal era su resplandor que tuve que taparme la cara con una mano para que no me cegara. Logré verlo más de cerca: el condón iba envuelto por una funda lila decorada por unas estrellitas doradas.
—¿Te encuentras bien?
—Sí perdona sólo ha sido un mareo— Le dije a la Ewook.
Pagué una habitación sencilla que tocaba pared con pared con la suite del corazón. Me pasé el resto de la noche tumbado en el catre, arropado por los gritos de la diosa y el martilleo de su cama contra la pared,ignorando las peludas caricias de mi acompañante y pensando en cómo podría hacerme con el preciado objeto para mis propósitos.
Conseguirlo se convirtió en mi obsesión, me dediqué a seguirle el rastro a partir de entonces, pero cuando estaba a punto de conseguirlo se me escurría como una sardina de entre las manos.

Me harté de preguntar en sex shops si conocían de un modelo de preservativo de esas características pero fue en balde. A cambio me propusieron comprar una réplica exacta del pene de nacho vidal o bien unas bolas chinas con las que podías alcanzar el nirvana por diferentes vías. También probé con “preservativo+violeta+estrellas” o “condón+funda+con+estrellas” o “profilactico+mágico” y finalmente me arriesgué con “condon+con+el+que +follas+seguro” pero ninguna de las búsquedas en google fue satisfactoria. Eso sí, con “condon+magico” acabe deleitándome con un vídeo de un mago que esnifaba un preservativo azul expulsándolo luego por la boca. Pero no era esa la clase de magia que buscaba. Debo confesar que hubo un momento en que tuve la certeza de que nunca encontraría ese pedazo de plástico. Llegué a elaborar la teoría de que el condón tenía vida propia, y emulando al anillo único,erraba de portador en portador hasta regresar a su amo quien debería ser algún actor porno o un acaudalado fornicador ,al estilo de Hugh Hefner, quien había encerrado en el preservativo una parte de su poder de cópula. Y es posible que no me equivocara tanto porque un buen día, precisamente el día en que dejé de pensar completamente en él, lo encontré. Apareció en el cajón de mi mesita de noche, el habitat natural de un condón, y me miraba desde allí como si me hubiera estado esperando desde siempre.
—Vamos úsame no seas tímido— Me susurraba cuando lo acariciaba con la yema de los dedos junto a mi oído.
En realidad no hacia falta que me lo pidiera, ya era “mi tesoro”.Así que esa misma noche me engalané con mi camisa de la suerte (que al lado del preservativo no era más que una camisa corriente) me engominé el pelo y me lanzé a la noche dispuesto a comérmela con patatas.
Desconocía si los anteriores portadores eran conscientes de la maravilla que tenían entre manos pero yo notaba palpitar aquel trozo de latex en el bolsillo de la camisa como si fuera mi segundo corazón.

Decidí empezar suave y tener una primera toma de contacto con mis estrenados poderes de atracción, por lo que entré en el “El Colorado”. A pesar del nombre no era más que un local del pueblo donde tomar la primera copa, estaba ligeramente ambientado en el oeste americano. Digo ligeramente porque la decoración se resumía en una foto de un búfalo (o algo que podría ser un búfalo) colgada de una de las paredes. La cuestión es que allí se calentaban motores antes de pasar a mayores y uno no debe echarse al mar antes de saber nadar ¿no?
Cuando te has “maqueado” para salir y entras en un garito tienes aproximadamente unos diez segundos de gloria. Es lo que se denomina el subidón de la entrada.Es una explosión de sensaciones en la cabeza: la música sonando que te mete el ritmo en vena, el olor a tabaco y alcohol flotando, las miradas de las chicas que te “chequean” aunque solo sea para descartarte y el grito de uno de los de tu pandilla que te reclama hacia la manada. Aquella noche,pasados cinco minutos, el subidón aún continuaba.
—Ey tio!— me gritó un amiguete al reconocerme. Pero antes de que tuviera tiempo para llegar hasta él volvieron a gritarme
—Que pasa loco!
Y un tercero me cogió del brazo
– Ven a sentarte con nosotros,tenemos un sitio libre.
Y a lo lejos un completo desconocido exclamó
— Eee tronco hace siglo que no nos vemos.
—Oye deja que me pida una copa y me siento con vosotros—Contesté al que me había agarrado del brazo.
Una vez en la barra tuve la extraña sensación de que me abrasaban desde varios frentes, los rayos caloríficos escribían diferentes mensajes en mi cuerpo: una rubia con las tetas operadas sentada junto a su ex se moría de ganas de hacerme una felación, una jugadora semiprofesional de básquet con predilección por los tios de mas de metro noventa estaba dispuesta a hacer una excepción conmigo, a una pureta sentada junto a la puerta le entraron unas ganas horribles de comerse un bollicao y un chico sospechosamente afeminado acababa de despejar su orientación sexual. Y a partir de ahí el número rayos abrasantes creció por lo que opté por pedir algo de bebida con lo que refrescarme un poco.
—Ron-cola, no te preocupes que a ésta invita la casa.—Me sirvió el dueño del local, quien los días que se sentían generoso te invitaba a un chupito hecho con todos los “culines” de bebida del local o te servía palomitas mohosas como aperitivo.

Y mientras bebía el primer sorbo me llegó un nuevo rayo, pero no rojo y abrasante como los otros, sino multicolor, una suave vibración en la espalda que subió por el cuello hasta desparramarse en el cosquilleo de un “orgasmatron” rascándote la cabeza.
—Gírate atontao que te está mirando— Me dijo el condón desde el bolsillo de mi camisa.
Entonces vi a Meli y Meli me vio a mi. Ella era inalcanzable, la típica niña por la que todos los chicos de su edad babean y que sólo ha sido vista en compañía de otros mayores y/o con antecedentes por delitos graves. Eso era Melisa, y explayarse en su melena azabache, el cuerpo sinuoso, la nariz respingona hubiera sido ¿cómo decirlo? ...innecesario.
—Perdona pero no te conozco—Me dijo con un aire de inocencia fingida.
—Claro que nos conocemos, vamos a la misma clase desde tercero— Le dije para abreviar, porque ignoraba si el condon podía salvarme en caso de que le recordara en que pupitre se sentaba, con que amiga se pasaba notitas, cuantos novios había tenido en los ultimos años y que colonia elegía para la semana y cual para el finde.
—Me acordaría de tí seguro— Insistió apoyando una de sus manos en mi cintura.

En ese preciso instante llegué a la cumbre, al cénit de algo. Llegué a la conclusión de que en ese momento no había nadie que no estuviera pendiente de mí en el local.Me explico.Recordé a Daniel y también a Miguelín y en cómo les envidiaba yo en su día.
Supongo que el resto de “machos” en el “Colorado” experimentarían algo igual en ese instante. Y ellas (entendido en sentido amplio) experimentarían la misma envidia pero, por efectos profilácticos, a la inversa.
Y entonces comenzó el descenso.
Vibró el local entero, las luces tintinearon e hicieron el amago de apagarse, la música enmudeció y finalmente nos quedamos a oscuras. Fueron unos segundos extraños, una especie de cuarto oscuro improvisado en el que temí que algun@ aprovechara para violarme. Pero la luz tal y como se fue volvió, y la música se reanudó desde donde se había quedado. Aproveché el momento de oscuridad para cambiar la sonrisa estúpida por una pose “mirada irresistible”. Pero no era el único que había cambiado. Meli había reordenado el rostro de querubín enamorado por la típìca cara de oler mierda. Se puede decir que alguien huele mierda cuando arruga la nariz, frunce el ceño y levanta una esquina del labio como si tiraran de él con hilo de pesca. Estuve a punto de comprobar la suela de mis zapatos allí mismo para estar seguro de si había pisado una.
—¿No tienes otro sitio donde mirar?— me dijo y me dio la sensación de que mi pose no estaba dando buen resultado.—Te lo digo en serio¿eres una especie de mongolito de esos que se quedan embobados?
—Bueno hace un momento querías conocerme—
—Ya claro—Contestó mientras devolvía una mirada cómplice a sus amigas que también tenían cara de oler mierda. Y entonces tuve que asumirlo, la mierda era yo.
Me di la vuelta confuso, intentando rastrear los rayos caloríficos que antes me apuntaban, pero no quedaba ni rastro de ellos. Todos habían vuelto su atención a sus respectivas manadas y en su lugar sólo me habían dejado escarcha. Quizá había atravesado algún tipo de realidad-espejo cuando se apagó a luz, o a lo mejor era una broma de cámara oculta donde todos habían sido sustituidos por actores malhumorados. Me quedé congelado en la barra, con pose de triunfador, un codo apoyado y una estalactita colgando de la nariz. De un crujido me desenganché dejando un jirón de carne adherida a la madera y continué a pasos robóticos arrastrando el hielo hasta la mesa de mis amigos.
—Perdonad ¿Puedo sentarme aquí?— les comenté señalando a la única silla libre llena, sin embargo, de abrigos y bolsos.
—¿No ves que está ocupado?— me dijo el mismo que antes estuvo a punto de luxarme un hombro
para que me sentara con él. Ahora parecía dispuesto a luxarmelo para evitarlo.
Así que me arrastre hacia la salida, fundiéndome a medida que avanzaba, mi tibia y peroné ya sólo eran un rastro de agua tras de mí.
—Oye recuerda que me debes ocho euros— Me gritó el dueño mientras me enseñaba el mismo número de dedos justo antes de salir por la puerta.
En la calle, con un gran esfuerzo, conseguí extraer el preservativo del bolsillo de la camisa. Lo acerqué a mi oído y lo volví a acariciar.
No me decía nada.
—Vamos contéstame qué es lo que pasa!
Pero continuaba en silencio.
—Por lo que más quieras dime algo!
Escuché un leve crepitar del plástico, un suave murmullo apenas audible:
—Me muero
Y entonces lo comprobé. Es lo que siempre pasa con los condones. El talismán se había caducado.


Safe Creative #1003165762089